martes, 21 de julio de 2020

"Olga Márquez de Arédez"

Olga Márquez de Arédez: esa mujer, las mismas luchas

Carlos Pedro Blaquier y su Ingenio Ledesma son sinónimo de dictadura y desaparecidos. El recuerdo de la mujer que se hizo bandera de lucha, cuando cambian los que gobiernan pero no los que mandan.


por Adriana Meyer
Sábado 23 de julio de 2016
Hace cuarenta años te secuestraban y desaparecías. Hoy te contaminan y te gatillan fácil. Libertador General San Martín es el botón de muestra perfecto, condensado, donde el poder económico es dueño de la vida y la muerte de su población, con la casta política y administrativa de turno y las fuerzas represivas a su servicio.
Salvo por excepcionales momentos, la impunidad siempre estuvo de su lado. Hasta su identidad se robó la familia Blaquier, dueña del ingenio azucarero y un emporio de empresas afines como la del papel, porque Libertador es llamado Pueblo Ledesma, y donde estos patrones son una presencia ominosa que impone miedo de hablar, de hacer y mucho más de protestar.
Ella lo padeció, lo enfrentó y lo denunció hasta su último aliento. Olga Márquez de Arédez era odontóloga y enseñaba historia, su marido Luis ejercía como pediatra hasta que entró como médico en el poderoso ingenio Ledesma. Ahí empezaron sus problemas, cuando el capataz lo cuestionaba por recetar “remedios caros” a la peonada. Había llegado a Libertador en la década del 50 para intentar paliar la altísima mortalidad infantil de los zafreros. Fue electo intendente del pueblo y tuvo otra osadía: pretender cobrarle impuestos a Blaquier, en tiempos de la “primavera camporista”. Luis Arédez fue secuestrado el 24 de marzo de 1976 y estuvo detenido un año hasta que lo liberaron. En mayo de 1977 desapareció por segunda vez, ya para no volver.
Olga, su compañera de vida, vio claramente el logotipo de Ledesma en la puerta de la camioneta donde se lo llevaron. Desde entonces, se organizó con las demás esposas de obreros desaparecidos, varios de ellos delegados del sindicato azucarero, y coordinó denuncias con los familiares de Jujuy, Salta y Tucumán cuando aún no había llegado la democracia.
Conoció a Adela Gard de Antokoletz y comenzó a dar vueltas a la plaza con un pañuelo blanco sobre su cabeza, con las Madres, exigiendo la aparición con vida de sus maridos e hijos. Los últimos años marchó sola en Pueblo Ledesma y así la retrató el documental Sol de Noche, de Eduardo Aliverti, Pablo Milstein y Norberto Ludin.
“Al morir Sixta, mi última compañera, entré en la disyuntiva bravísima de caminar sola o irme a mi casa. Cuando éramos muchas, después de caminar nos sentábamos debajo de un árbol. Ahí, juntas, hacíamos nuestra terapia de grupo, que recién ahora sé que era terapia”, decía Olga.
Sin importarle que la pensaran loca y activista, ella señalaba a los genocidas con su marcha silenciosa. Ante sus ocasionales visitantes solía pasar un dedo sobre la chapa de cualquier automóvil para mostrar “esa pasta negra y pegajosa que se va a nuestros pulmones y nos mata de a poco”. Aunque la empresa lo niega, y los médicos locales no lo diagnostican, el desecho de la caña de azúcar que Ledesma acumula en montañas a cielo abierto, a diez cuadras de la plaza principal del pueblo, flota en el aire.
Los encargados de relaciones públicas del emporio Blaquier repiten que “al segundo día uno se acostumbra” a ese olor penetrante a vómito que impacta al respirar. Es el bagazo, el residuo del tallo de la caña que queda después de que se le ha exprimido el jugo. Fresco tiene usos que van desde combustible hasta abono, pero seco puede producir bagazosis, una enfermedad provocada por la inhalación de ese polvo.
“Acá la gente se muere a los sesenta, de golpe, se caen en medio de la calle, y los corticoides corren como aspirinas”, dijo a esta cronista hace algunos años un exempleado del ingenio. En nombre de todos los que callaban por ese temor reverencial al patrón, del que depende todo el pueblo directa o indirectamente, Olga presentó un recurso de amparo para obligar a la empresa a detener esta contaminación. Cuando salió el fallo a su favor, ya había fallecido, en marzo de 2005. Pero también esa pulseada la ganó Blaquier porque finalmente la Corte Suprema declaró inadmisible el planteo.
Esa mujer murió de un cáncer de pulmón, probablemente inducido por la bagazosis, aunque según las autoridades sanitarias jujeñas “no hay registros” de casos de esa enfermedad en la zona. A esto los abogados que la representaron contestaban que “no es lo mismo la falta de registro que la inexistencia de la enfermedad”, y que el Ministerio de Salud de la Nación informó que la bagazosis sí puede producir cáncer. Ella los últimos jueves marchaba con barbijo.



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