Autores: Felipe Pigna y Mariana Pacheco
“El sector más desposeído de la humanidad son los chicos. Los chicos no votan, ni pueden hacer huelga.”[1] Florencio Escardó no lo dudó. Su vocación sería la pediatría. Tenía 22 años cuando ganó un concurso para practicante menor en el Hospital de Niños. El impacto de su primera visita a esa institución lo cambiaría para siempre. Años después recordaría: “En una sala había dos filas de 15 niños cada una, 15 bebitos de menos de un año, que trataban de embocar la mamadera puesta en un armazón de alambre. (…) Nadie los cuidaba. Ese espectáculo para mí fue terrible y decidió mi vida totalmente”[2].
Tres décadas más tarde, ya transformado en Jefe de Servicio, autorizó la internación conjunta de madres y niños. “La única sala que internaba a las madres con los chicos era la mía. Las otras 18 no lo hacían. El lío se armaba en la puerta, porque todas las madres querían venir a mi sala. No porque fuera la mía y fuera excelente, sino porque podían estar con sus hijos. (…) Pero es algo obvio: ¿quién puede atender mejor a un chico que su propia madre?”[3]
Hasta entonces las madres solo podían visitar a sus hijos dos horas al día. Fue una revolución que le valió infinidad de críticas de sus colegas. “La sala parece una villa miseria”; “Las madres comen la comida destinada a los hijos”; “los baños se tapan porque las madres tiran algodones” fueron algunas de las frases que se escucharon por aquellos tiempos. Sin embargo, la incorporación de las madres a la Sala 17 –como llamaron familiarmente a la Sala Cátedra de Pediatría del Hospital de niños “Ricardo Gutiérrez” – fue su gran orgullo.
Florencio Escardó nació en Mendoza el 13 de agosto de 1904. Cursó sus estudios secundarios en el Nacional Buenos Aires. A los 15 años ya había definido su vocación. Sería médico: “Tal vez haya influido mi bisabuelo Gregorio Andrada Taborda, que había sido médico del ejército portugués que enfrentó a Napoleón”.[4] Estudió Medicina en la Universidad de Buenos Aires y obtuvo su título en 1929. Se especializó en pediatría en Francia e Italia. De regreso al país, se desempeñó en el Hospital de Niños, hasta 1947, año en que fue dejado cesante por razones políticas. Para entonces, ya había publicado numerosos trabajos sobre puericultura, alimentación, neurología infantil, entre ellos, La inapetencia infantil, Neurología infantil, Manual de Neurología con el doctor Aquiles Gareiso, La Neumoencefalografía en el lactante, La epilepsia en el niño, etc.
Escribir fue una de sus grandes pasiones. Llegó a publicar 22 libros, además de un sinfín de artículos periodísticos inmortalizados en su columna ¡Oh! que firmó como Piolín de Macramé. El seudónimo se lo había puesto Conrado Nalé Roxlo, el célebre “Chamico”, que le había pedido a Escardó que escribiera una colaboración para Crítica. En su primer artículo, el médico dijo que el macramé es la dignificación del piolín, y se ganó el apodo que lo acompañaría durante décadas. Con agudas y punzantes observaciones sobre los más diversos temas, retrató escenas de la vida cotidiana con humor y frescura. “¡Oh! La ciudad”, “¡Oh! El ómnibus”, “¡Oh! Los libros”, “¡Oh! Los vigilantes”, “¡Oh! El ventilador”, “¡Oh! La bicicleta”, “¡Oh! Las marionetas”, “¡Oh! El cansancio”, “¡Oh! Los militares” fueron algunas de sus columnas.
Publicó Versos, su primer libro, cuando tenía 16 años. En 1929 apareció Siluetas descoloridas, donde retrata la crueldad de la vida hospitalaria. Siguieron más tarde El alma de médico, Moral para médicos y Anatomía de la familia, Qué es la pediatría, Geografía de Buenos Aires, Cosas de Argentino, Escuela para Padres, Ariel el discípulo, etc.
Fue un predicador del sentido común. Consideraba que el miedo y el abandono enferman mucho más que los virus y las bacterias, y que el juego es una función vital para los niños, como la respiración y la nutrición. También criticó la falta de previsión en el sistema de salud de nuestro país, ajeno a las necesidades reales de la población. En este sentido decía: “La formación de médicos en Argentina nunca respondió ni a la necesidad, ni a la estructura. Los médicos elegimos una especialidad y nos recibimos sin un compromiso de las urgencias del medio donde después vamos a ejercer. Estamos desvinculados de los apremios sociales. Nunca hubo un estudio sobre qué clase de médicos son necesarios en un lugar y cuáles sobran. Es como vender autos sin que haya caminos”.[5]
Escardó fue un gran maestro y un comunicador innovador que se valió de todos los soportes para dar a conocer sus creencias, algo que le granjeó numerosas críticas entre sus colegas. “Usé todos los medios de difusión que estuvieron a mi alcance, las revistas, los diarios, la radio, el cine, el disco, la televisión”[6]. Colaboró en varios ciclos televisivos, como “Buenas tardes mucho gusto”, “Tribunal de apelación” y “Tribunal para mayores”. Escribió además el guión de la película La cuna vacía, dirigida en 1949 por Carlos Rinaldi, con Ángel Magaña en el papel protagónico, que narra la vida del doctor Ricardo Gutiérrez, primer director del hospital de Niños.
Sin embargo, desaconsejaba enfáticamente que los niños miraran más de media hora de televisión por día. “La gente ha delegado sus funciones paternales a los medios de comunicación. Yo creo que el uso indiscriminado de la televisión es el opio de los pueblos con reparto a domicilio”[7], sentenció alarmado ya sobre el final de su vida.
Se consideraba un hombre de la Reforma Universitaria[8] y quería retribuir al país todo lo que había recibido. “Soy un deudor de la enseñanza laica, gratuita y obligatoria; si mi viejo hubiera tenido que pagar mis estudios sería dependiente de tienda. El bachillerato no me costó nada, la facultad no me costó nada. Una de las grandes satisfacciones de mi vida es saber que lo di todo a mi país porque mi país fue muy generoso conmigo”[9], dijo alguna vez. Fue muy crítico de las dictaduras. “Tras la noche de los Bastones Largos, la universidad toda entró en la órbita de la política oficial. Pensar y actuar como si el ‘proceso’ hubiese dejado intacta a la universidad en tanto desquició el resto del país en todas sus áreas es un culmen de ingenuidad o de voluntaria ceguera”.[10]
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